jueves, 8 de agosto de 2013

¿VALE LA PENA CASARSE?. Parte III

               Esta tercera parte y siguiendo a Tomás Melendo, catedrático de Metafísica Universidad de Málaga, habiéndole estudiado en el postgrado que hice en Cataluña, y continuando con el artículo que tan interesante me parece y al que quiero transmitiros ideas para que os haga reflexionar, merece la pena detenernos en ello, pero tampoco quiero enrollarme y más, prefiero continuar con el tema. Aunque pueda suscitar cierto estupor, lo que acabo de sostener en el anterior comentario, no es nada extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor, que es a la par la más gratificante y difícil de nuestras actividades?
      Jacinto Benavente afirmaba que "el amor tiene que ir a la escuela". Y es cierto. Para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta. Pues bien, la boda capacita para amar de una manera real y efectiva.
     Nuestra cultura no acaba de entender el matrimonio; lo contempla como una ceremonia, un contrato, un compromiso... Algo que, sin ser falso, resulta demasiado pobre. En su esencia más íntima,la boda constituye una expresión exquisita de libertad y amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, por el que dos personas se entregan plenamente y deciden amarse de por vida. Es amor de amores: amor sublime que me permite "amar bien", como decían nuestros clásicos: fortalece mi voluntad y la habilita para querer a otro nivel; sitúa el amor recíproco en una esfera más alta. Por eso, si no me caso, si excluyo ese acto de donación total, estaré imposibilitado para querer de veras a mi cónyuge: como quien no se entrene o no aprende un idioma resulta incapaz de hablarlo.

     Pongamos como ejemplo a Bismark, le decía su joven esposa, que le había escrito una carta y le comentaba: "¿Me olvidarás a mí, que soy una provincianita, entre tus princesas y embajadoras?", Bismark le respondió: "¿Olvidas que te he desposado para amarte?". Estas palabras encierran una intuición profunda: el "para amarte" no indica una simple decisión de futuro, incluso inamovible; equivale, en fin de cuentas, a "para poderte amar" con un querer auténtico, supremo, definitivo.

 Hasta pronto

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