martes, 30 de julio de 2013

"DEJAR DE COMPETIR"


La verdad, cómo pasa el tiempo, mirando el calendario me di cuenta de la distancia que ya existía entre el tercer hábito de esta escritora a la que admiro Meg Meeker por su sentido común y su experiencia en el tema, pero no quiero enrollarme demasiado y siguiendo el análisis de su libro el siguiente hábito: “Dejar de competir”

Es importante refrenar nuestra naturaleza competitiva, porque afecta a todo; al uso del dinero, a nuestra capacidad de amar, a cómo simplificar nuestras vidas, y mucho más. Si queremos vivir sin desquiciarnos, nos dice que debemos enfocar bien esta faceta. Pero a la mayor parte de las madres el tren de la competitividad nos resulta seductor, su voz es dulce.

Las madres competimos de muchas maneras muy insidiosas. Examinémonos, qué piensas de las madres que conoces y que probablemente son tus amigas, ¿no sientes un poco de envidia cuando piensas en ellas?. ¿Qué es lo primero que piensas cuando conoces a otra madres?. Decimos “hola” e, inconscientemente, le hacemos la ficha. Observamos su aspecto y la juzgamos. Si no está en forma o tiene sobrepeso, puede que nos sintamos mejor. Pero, si tiene un buen tipo, sentimos una punzada de envidia. No lo hacemos porque seamos mala gente, sino porque nos han entrenado para ser así; para evaluar a las mujeres. Luego preguntamos educadamente sobre su vida; dónde vive, cuántos hijos tiene, si trabaja o no. De nuevo volvemos a tomar decisiones instantáneas en nuestra cabeza. Si trabaja en aquello que nos hubiera gustado hacer pero que no hemos podido a causa de nuestros hijos, nos ponemos celosas.


La competitividad no conduce a nada bueno. Continuamente oigo a madres que trabajan fuera de casa criticando a las que no, y madres que se han quedado en casa criticando a las que trabajan fuera. Ninguno de los bandos critica porque se sienta bien con su propia vida; más bien lo hace por inseguridad, nos aconseja que nos enfrentemos a esta inseguridad para llevar una vida más feliz y plena. Competir con otras madres consigue estas tres cosas; estimula nuestros celos, nos hace estar en un permanente estado de inquietud con nosotras mismas y altera nuestras relaciones.



Llegado este momento y después de situarnos en el tema de hoy, pone en nuestras manos:“Cinco pautas para adquirir el hábito”.


1. Reconoce que tienes envidia. No te engañes. El primer paso y más importante para cambiar cualquier defecto es reconocer que se tiene, lo cual puede resultar muy difícil para las madres, siempre tan ocupadas. Cuando sintamos por primera vez el zarpazo de la envidia, tenemos impulsos de ira e irritación, una sensación de fastidio y deseos de chismorrear, murmurar o criticar. Lo complicado del asunto es que no la reconocemos como envidia, por eso debemos permanecer vigilantes. Pues, una vez que comprobamos que la envidia está en el origen de ciertos sentimientos, sabemos que ya estamos compitiendo con otra madre. Solo cuando descubrimos su juego podemos pararla.


2. Erradícala. Una vez reconocida, debemos actuar, “esto es la guerra”. En cuanto sintamos crecer en nosotras deseos de criticar, chismorrear o enfadarnos contra alguien, y luchen por manifestarse, debemos decirnos a nosotras mismas que no vamos a competir. Deberíamos de iniciar un diálogo interno que nos ayude a rechazar la envidia y ese sentimiento de que necesitamos tener lo que “ella” tiene. A veces la envidia se apodera tanto de nosotras que tenemos dificultades para relacionarnos con otras madres.


3. Elogia con frecuencia a los demás. Una de las mejores maneras de evitar la envidia en hablar bien de una persona. Decir cosas positivas, alabar a otras madres y animarnos entre nosotras cuando sea posible nos cambia. La envidia desaparece y las relaciones mejoran.


4. Céntrate en la plenitud, no en el vacío. Da gusto estar con gente feliz. Si les oyes durante un tiempo- un día o una semana-, verás que los que somos felices pocas veces nos quejamos. ¿Por qué? Porque están más centrados en lo que la vida tiene de positivo que en lo que tiene de negativo


5. Sé deliberadamente buena. ¿Qué se quiere decir con esto?, intentar hace el esfuerzo de tratar con aquellas personas que no nos caen bien. Y la mayor parte de las veces no nos caen bien las madres de las que tenemos envidia. Así que, si queremos librarnos de nuestra envidia, la mejor manera de eliminar la podredumbre de nuestros sentimientos en encontrar algo muy bueno que podamos hacer por esa otra madre.


Como siempre no quiero enrollarme más y sí dejaros deberes para que lo pongáis en práctica y me vayáis diciendo.

Hasta la próxima


jueves, 4 de julio de 2013

LOS HIJOS, ¿MISIÓN O PROPIEDAD?

Estamos acostumbrados a hablar de los hijos como si se tratase de algo propio, de una "posesión". Tenemos un coche, tenemos una casa, tenemos un libro, tenemos un perro y... "tenemos cuatro hijos".



Gracias a Dios, el coche no va a exigir sus derechos, ni va a gritar que nos nos quiere. Si no arranca, lo llevamos al taller. Si después de dos semanas de arreglos no funciona, lo vendemos al chatarrero. En cambio, si el niño "no arranca" en la escuela...

Es cierto que los niños nacen dentro de una familia, por lo que resulta natural que la familia asuma la responsabilidad de  esa vida que empieza. Pero el niño tiene un corazón, un alma, y eso no es propiedad de nadie, la filosofía nos enseña que el alma, lo más profundo de cada uno, no puede venir de los padres, sino que viene de Dios. Los padres dan a su hijo el permiso para la vida y asumen la hermosa tarea de ayudarle, pero no pueden dominarlo como al coche o al perro.

Entonces, ¿cuál es la actitud más correcta ante el hijo que hoy "camina" a  gatas por el pasillo y que pronto empezará a darse coscorrones en la cabeza? ¿Le dejamos hacer lo que quiera? Este era el sueño de la mamá con su "criatura". No hace falta ser un gran psicólogo para comprender que el niño ideal llegaría a la juventud sólo por obra de un milagro.. La realidad es que los padres están llamados a dar una formación profunda, correcta, clara a sus hijos.

Primero enseñamos al niño normas de "seguridad" no asomarse por la ventana, no meterse en la boca objetos peligrosos, no tocar animales extraños. Después, la búsqueda de la salud nos hace pedirle que tenga las manos limpias, que no se llene el estómago con caprichos, que no se rasque las heridas...
Simultáneamente enseñamos al hijo a hablar. Sus ojos cada día brillan de un modo distinto, y pronto su mundo interior, su corazón, se nos abre no sólo con las miradas, las manos y la sonrisa, sino con esas primeras y temblorosas palabras que empieza a decir con la confianza de ser acogido. Los padres que escuchan por vez primera "mamá", "papá", sienten muchas veces un vuelco en el corazón. El niño crece, y habla y habla y habla... Cuando ya ha aprendido el vocabulario básico, impresiona por su hambre de saber, de comunicar, de decir que nos quiere, o que ha dibujado un avión, o que ha visto una lagartija, o que acaba de encontrar un amigo de su edad....

Alguno podría pensar que la misión de los padres termina aquí, y que el resto le toca al colegio. Sin embargo, el hijo todavía tiene que aprender detalles de educación que van mucho más allá de las normas de supervivencia o del usar bien las palabras del propio idioma. Dar las gracias, pedir permiso, saludo al profesor/a,  prestarle un juguete al amigo, hacer los deberes en vez de contemplar lo que pasa por la tele....

La educación moral es uno de los grandes retos de  toda la vida familiar. La mayor alegría que pueden sentir unos padres es ver que sus hijos son, realmente buenas personas. El dolor de cualquier padre es darse cuenta de que su hijo hace lo que quiere, que empieza a engañar a los profesores, a robar del monedero de mamá, a golpear a los compañeros o hermanos más pequeños e incluso, a levantar la voz en casa contra sus mismos padres.

San Agustín se quejaba de que sus educadores le regañaban más por un error de ortografía que por una falta de comportamiento. La queja tiene una triste actualidad en quiene sse preocupan más por el 10 de sus hijo en inglés que por la pornografía que ven en internet o por las primeras drogas que puedan tomar con los amigos. Si somos sinceros, es mucho mejor tener un hijo agradecido y bueno, aunque no sepa las matemáticas al dedillo, en vez de tener un hijo ingeniero que ni siquiera es capaz de interesarse por lo que les ocurra a sus padres ancianos.

 Los hijos no son propiedad de nadie, ni de la familia, ni del colegio, ni del Estado. Pero todos, especialmente en casa, estamos llamados a ayudar a los niños y adolescentes a crecer en su vida como buenos ciudadanos y como hombres de bien. Quienes hemos tenido la dicha de tener unos padres que nos han ayudado a respetar a los demás, a amar a Dios y a  vivir de un modo honesto y junto, nunca seremos capaces de darles las gracias como se merecen. Quienes no han tenido esta dicha..., pueden, al menos, preguntar cómo se puede enseñar a los hijos a ser, de verdad, buenos, no sólo en la formación científica, sino en los principios éticos más elevados.

Esta es la misión que reciben los padres cuando su amor culmina en la llegada de un hijo. Cumplirla puede ser difícil, pero la alegría de un hijo bueno no se puede comprar ni con el dinero del banco mundial.

Hasta pronto.