martes, 27 de agosto de 2013

AUTORIDAD EN LA INFANCIA

Hola a todos, vaya vacaciones si me descuido se me olvida hasta escribir, para terminar estos días buenísimos, donde algunas estamos empezando a pensar en los libros, uniformes y no se que más...quisiera dedicar este artículo a una amiga donde me ha solicitado fervientemente el tema: El ejercicio de la autoridad en la infancia.

A veces se entiende la autoridad como la capacidad que tienen algunas personas para ir dando órdenes y hacerlas cumplir. Algo de esto es cierto pero principalmente decimos que tiene autoridad aquél que en su ejercicio va adquiriendo prestigio delante del que obedece, porque éste, que recibe las órdenes, detectan el que le manda una actitud de servicio.
Para ejercerla hay que tener en cuenta algunas factores ya que afectan directamente, algunos son ajenas al propio comportamiento de los padres, mientras que otros dependen muy directamente de la actuación de ellos.
Pensar, informarse, decidir, comunicar claramente una orden y hacerla cumplir, son cinco fases que requieren una especial atención.

Hay que encontrar tiempo para PENSAR en qué exigir, en cómo armonizar firmeza y flexibilidad, en función de qué se exige. Hay que saber INFORMARSE. Quien manda tiene el deber de estar lo mejor informado posible antes de tomar la decisión.. Y no basta con decir lo que hay que hacer: es necesario, casi siempre, comprobar que el mensaje ha sido captado. Y, si no se cumple lo que se manda, no se puede hablar de autoridad. Debemos usar los medios adecuados en cada situación, con gran objetividad, la cabeza fría y con energía, haciéndola siempre compatible con el cariño, el desprendimiento y la amabilidad.

La autoridad familiar no será realmente ejercida si falta el prestigio de los padres. La autoridad se adquiere y se conserva por el prestigio que quiero decir con ésto, tener una serie de cualidades, serenidad, naturalidad, buen humor, dedicación, saber escuchar, comprender, disculpar, exigir y muchas otras donde se contagian al practicarlas diariamente terminando por crear un ambiente familiar grato, donde las órdenes se convierten en consejos, la exigencia es suave pero firme, el mandato es un ruego, y las correcciones son estímulos.

Quizá deberíamos hacernos de vez en cuando esta pregunta ¿qué es lo que me prestigia o me desprestigia en mi actividad y en mi relación con los demás?

El prestigio como padres y madres de familia está íntimamente ligado a la relación conyugal del matrimonio. Si en todas las facetas educativas tenemos que ir a la par, en el establecimiento de las "reglas de juego", el entendimiento de los cónyuges ha de ser total.

Hasta pronto.


jueves, 8 de agosto de 2013

¿VALE LA PENA CASARSE?. Parte III

               Esta tercera parte y siguiendo a Tomás Melendo, catedrático de Metafísica Universidad de Málaga, habiéndole estudiado en el postgrado que hice en Cataluña, y continuando con el artículo que tan interesante me parece y al que quiero transmitiros ideas para que os haga reflexionar, merece la pena detenernos en ello, pero tampoco quiero enrollarme y más, prefiero continuar con el tema. Aunque pueda suscitar cierto estupor, lo que acabo de sostener en el anterior comentario, no es nada extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor, que es a la par la más gratificante y difícil de nuestras actividades?
      Jacinto Benavente afirmaba que "el amor tiene que ir a la escuela". Y es cierto. Para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta. Pues bien, la boda capacita para amar de una manera real y efectiva.

¿VALE LA PENA CASARSE?. Parte II

Vaya video el anterior, seguro que os ha hecho pensar... Pero quiero seguir comentando y como dice mi gran maestro, Tomás Melendo, bastantes jóvenes aseguran hoy que no ven razón alguna para contraer matrimonio. 
Se quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos. Estimo que están equivocados, por los comprendo perfectamente. Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido:
             a) La admisión del divorcio elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo.
             b) La aceptación social de "devaneos" extramatrimoniales suprime la exigencia de fidelidad. 
             c) La difusión de contraceptivos desprovee de relevancia y valor a los hijos. 

       ¿Qué queda entonces, de la grandeza de la unión conyugal?, ¿Qué de arriesgada aventura que siempre ha sido?, ¿Con qué objeto "pasar por la iglesia o por el juzgado"?. Vistas así las cosas, a quienes sostienen la absoluta primacía del amor habría que comenzar por darles la razón... para después hacerles ver algo de capital importancia: que es imposible quererse bien, a fondo, sin estar casados.

 Hasta la próxima.