jueves, 9 de mayo de 2013

Me gustaría empezar publicando....

Sí, la familia importa… y mucho. En ella, en su bien y prosperidad material y espiritual, nos va el futuro: el futuro de la sociedad española y de Europa. ¿O es que no se quieren ver los estragos ya cansados en las últimas décadas en el tejido social -sobre todo, en el mundo juvenil- de las sociedades europeas por las legislaciones divorcistas, abortistas y antifamiliares? 



La familia sí importa. Importa tanto que de su estabilidad y prosperidad depende decisivamente el bien y la salvación de la persona y de toda la sociedad. La verdad de esta afirmación, que se encuentra en el centro mismo de la visión cristiana del hombre y de su destino, se puede comprobar una y otra vez a través de la experiencia de la vida. No hay en toda la historia de la humanidad ninguna civilización ni ninguna cultura pensadas y construidas socialmente al margen de la familia, nacida y estructurada en torno a la unión firme y estable del hombre y la mujer. Ni se da tampoco una opción real de poder vivir la propia condición personal del ser humano ¡de nacer, de ser criado y educado dignamente! al margen del padre y de la madre y de ese ámbito primero y fundante de relación y comunidad que se establece entre ellos y con ellos. Todos lo sabemos por las vivencias más hondas y entrañables que han ido configurando lo más valioso, irrenunciable y determinante de nuestra propia existencia. Nuestros padres nos han dado la vida en un sentido que va mucho más allá de lo puramente biológico; nos han enseñado las primeras lecciones del amor gratuito… ¡del verdadero amor! Nos han integrado en esa fórmula originaria y básica de sociedad y de comunión que se entreteje con las relaciones de la paternidad y maternidad, de la filiación y la fraternidad, absolutamente imprescindibles para que luego la gran sociedad y la comunidad política puedan constituirse y desarrollarse en justicia, solidaridad y paz. Y, cuando por causas, achacables o no a la responsabilidad de los padres y/o de los hijos, queda perturbada con mayor o menor gravedad la situación normal de la familia, y aunque sea mucho el dolor y los sufrimientos que de estas quiebras familiares o de las crisis matrimoniales puedan derivarse, a nadie se le ocurre pensar que pueda haber otras alternativas para enderezar de nuevo el camino de la vida por las sendas del verdadero bien de la persona y de los suyos que las de la recuperación de una sana relación familiar.

1 comentario:

Unknown dijo...
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